lunes, diciembre 13, 2010

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Estudio explica por qué la desgracia de los rivales puede ser placentera.

Investigación demuestra que esta emoción produce en nuestro cerebro tanto placer como una buena comida.

por Teresita Quezada

La palabra schadenfreude se pronuncia shádenfroide. Se lee difícil, pero su fonética no es la que la hace impronunciable, sino su significado, pues revela una de las realidades más oscuras del espíritu humano. Schadenfreude es una palabra alemana sin traducción literal en otro idioma que retrata el más grande placer culpable: sentir júbilo, alegría, satisfacción por saber que a otro le va mal o que la buena fortuna no le ha sonreído.

Los científicos han estudiado esta emoción y aseguran que tiene un origen biológico, que es un placer distinguible en el cerebro y que es comparable, incluso, con la satisfacción de comer un buen banquete, dar a la caridad o inyectarse opiáceos. Esto ocurre a diferencia, por ejemplo, de la envidia, que es el dolor por no tener lo que el otro sí tiene y que es más fácil de entender que schadenfreude. Pero son sentimientos hermanos para la psicología.

Sentimos envidia porque nos parece que merecemos el estatus o los bienes que otros poseen. Asimismo, cuando alguien es despojado de esas posesiones y privilegios, que nos parecía que merecíamos, podría parecernos justo. Pero la envidia, según un estudio publicado en la revista Science y realizado por el Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón, no causa placer, sino dolor, como el que siente una persona que se lo inflige a sí misma.

En el estudio, cuando los participantes fueron enfrentados a personas que ellos mismos dijeron envidiar, las regiones del cerebro involucradas en el dolor físico se activaron. Y, mientras más alto había calificado su envidia el sujeto, con más fuerza palpitaban los nodos de dolor en la corteza cingulada anterior dorsal, la misma que se activa con el dolor físico y los procesos afectivos automáticos.

En oposición a esto, cuando a los participantes se les dio la oportunidad de imaginar el colapso del objeto de su envidia, en sus cerebros se activaron los procesos de recompensa en la misma proporción en que se habían encendido antes los de dolor. Los que habían sentido más envidia, sintieron también más placer ante el infortunio del rival. Este bienestar ocurrió en los centros más ricos en dopamina (la hormona del placer) en el cerebro, como el estriado ventral. "Tenemos un dicho en Japón: los infortunios de otros son el sabor de la miel. El estriado ventral está procesando esa miel", comentó a The New York Times el autor del estudio, Hidehiko Takahashi, experto en neuroimagen.

Pero la mayor expresión de este oscuro placer venido de la competitividad se da en grupo. Un estudio de la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, puso a individuos y a parejas a jugar un juego donde se les daba dinero y podían decidir cuánto compartir con otros. Luego de un buen rato jugando, los participantes podían eliminar a uno de los jugadores por cualquier razón. Los investigadores descubrieron que las parejas compartían menos plata que los jugadores individuales y, además, reportaban más alegría cuando votaban a uno de otro equipo que aquellos que jugaban solos. Los investigadores concluyeron que schadenfreude, el placer miserable, es más fuerte en grupo, porque los grupos son más competitivos e intensos en sus emociones que los individuos.

En grupo, además, schadenfreude adquiere un valor moral, un permiso para sentir placer: la emoción pasa a ser otra forma de expresar lealtad al grupo, ya no es mero egoísmo, y saber que otros comparten la dicha termina por constituir un permiso para el oscuro placer. Por eso los hinchas de un equipo son felices de que, aunque ellos no hayan ganado el campeonato, al menos tampoco ganó su verdadero rival si jugaron la final.