miércoles, julio 19, 2006

Conducta Humana , Segunda Parte

Teoría de la Conducta II. (Primera parte abajo).

Cada persona ve y analiza el mundo de una forma propia y única. Este es el origen de los gustos y las opiniones. Es como que cada uno de nosotros naciera con un filtro que le hace percibir y analizar la realidad de un modo particular, distinto e imposible de comparar con el de los demás.

Sin duda la experiencia personal de cada uno influye modulando nuestras apreciaciones, pero ello no cambia el que nuestra forma personal y única de ver, asimilar y “sentir” el mundo, tanto exterior como interior, termine siempre consituyendo el factor más importante que determina nuestra percepción y nuestra conciencia, y, consecuentemente, nuestra conducta.

El origen de este “filtro” personal está dado por la particular conformación y funcionamiento del cerebro y los demás órganos de cada persona.

Esta particular conformación orgánica está determinada en su origen por la carga genética que cada persona ha heredado. Sin embargo, por motivos que aún no comprendemos cabalmente, dado que el avance científico y tecnológico aún no nos lo permite, aún cuando la informacíón genétca pueda ser muy parecida o incluso teóricamente idéntica (gemelos monocigotos), pareciera que el resultado orgánico tiene siempre diferencias.

Tradicionalmente se ha atribuído mucha importancia a la influencia del medio ambiente en la conformación del “carácter”, como factor que se une al “temperamento”, de origen biológico-hereditario, para determinar la “personalidad” de cada individuo.

Se ha llegado en algunas corrientes científicas o seudo científicas a la pretensión de que es posible, si se parte entrenando y adoctrinando a personas desde muy temparana edad, influir a tal punto en su desarrollo físico y mental que es posible lograr con ellas cualquier producto, por ejemplo eximios artistas, soldados, jueces, etc.

No puedo sentirme más contrario de esta forma de pensar. Desde ya me parece que esto nunca ha podido lograrse, más allá de causar a las pobres víctimas de estos experimentos verdaderos tormentos y traumas de consecuencias bastante espantosas.

Todo parece indicar que el “filtro” con que nacemos es el factor de mayor preponderancia.

Un hecho que me parece relevante es la inmutabilidad de este filtro a lo largo de la vida de las personas.

En el saber popular es típica la caracterización individual, como un ejercicio recurrente que produce una rara satisfacción.

“Yo ya se que tipo de persona es este individuo: es un ladrón y estafador, es absolutamente deshonesto, ten cuidado con él, puesto que si puede se va a aprovechar de ti. Y no le creas si te dice que ha cambiado, esta gente no cambia nunca”

Esta típica frase de caracterización negativa de una persona se habrá repetido millones de veces en la historia humana, todos la hemos oído seguramente más de una vez.

Como expresé en la primera parte de estas reflexiones, las personas normalmente cuidan el mantener una apariencia que sea aceptada y bien recibida por los demás. El grado de preocupación o intensidad de esta actitud de mantener una buena imagen frente a los demás también pareciera estar determinado genéticamente, siendo extremadamente importante para algunos, y menos para otros.

Así, para muchos no es importante si sus principios y valores (o falta de ellos), están en concordancia con sus actos, puesto que prefieren privilegiar determinada decisiones con miras a una conveniencia pragmática para la obtención de beneficios concretos.

Para otros, sus principios y valores tienen una importancia tan relevante que los anteponen a su conveniencia inmediata, a cualquier precio, incluso arriesgando la propia vida, en casos extremos.

Así, las personas pueden resultar fáciles o difíciles de ser “encasilladas” en alguna categoría , ej. personas claramente honestas o deshonestas, francas y directas, o ladinas y simuladoras, especialmente esto último cuando lo que realmente piensan y sienten no es lo "correcto" o lo "socialmente aceptado".

Más allá de la mayor o menor consecuencia entre el “pensar” y el “actuar”, cuya variabilidad nos impide un análisis más simple de la conducta humana, al mismo tiempo que lo hace más interesante, pareciera que las determinantes en las tomas de decisiones tienen un componente instintivo e inconsciente muy importante, el cual se expresa en su forma más pura mientras mas apremiante sea la situación en que se encuentra un individuo.

Así, ante situaciones extremas, como terremotos, incendios, asaltos, accidentes del tránsito con heridos graves, etc, aparecen las respuestas más “puras” del individuo, y vemos actos heroicos, cobardes, egoístas, altruistas, revanchistas, etc.


Se expresan así las tendencias naturales de los individuos, que son propias y distintas en cada uno, y que normalmente, cuando no concuerdan con “lo socialmente correcto, deseable y aceptable” son mantenidas en reserva en las situaciones normales del diario vivir. Esto no significa que porque se oculten no estén ahí y no se expresen en forma encubierta o más o menos secreta.

Comenzamos a entrar acá a un tema de la mayor relevancia: cuales tendencias y conductas del ser humano son “sanas”, “normales”, “naturales”, “patológicas”, “socialmente aceptables o inaceptables”, etc,.

Cual es el origen de estas tendencias, y cuánto control tiene el ser humano para decidir libremente sobre si seguir sus tendencias o instintos, cuando y cuanto refrenarse si son objetadas o condenadas socialmente, y por cierto, cuánta es su responsabilidad respecto de su conducta final, son interrogantes de la mayor trascendencia.


Basados en la idea del libre albedrío pleno, que desde ya adelanto que me parece utópica e irreal, cualquier individuo puede ser declarado con “discernimiento” y “responsable” de sus actos si determinados especialistas dictaminan que no está loco o demente, y supera determinadas pruebas a que es sometido.

“Es capaz de distiguir el bien del mal, puede ser juzgado y condenado”.

Qué pasa si de nuestros estudios e investigaciones empezamos a concluir que en realidad el ser humano no es “tan” libre para juzgar y decidir en cualquier situación?

Que pasaría si en el conocimiento humano comienza a ser cada día más aceptado el hecho de que las “tendencias”, unas más apremiantes que otras, como las sexuales, las religiosas, a la defensa de la “justicia”, al respeto de los derechos ajenos, a la drogadicción, etc, tienen una base genética y cerebral sobre la cual la persona no tiene completo control, y de las cuales no es capaz de deshacerse aunque ese sea su deseo racional?

Podremos seguir considerando como el más correcto y apropiado el esquema judicial por el que nos regimos?

Debemos seguir considerando los actuales sistemas de prevención de delitos, protección de posibles víctimas, de rehabilitación, etc., como los más apropiados y válidos a la luz de esta nueva interpretación de la conducta humana?

En la medida que avancemos en la investigación del funcionamiento cerebral y la conducta de las personas, cuyo estudio recién comienza a estar disponible con la tecnología a nuestro alcance en este siglo 21, debemos estar preparados para comenzar una completa reinterpretación de las motivaciones y determinantes de la conducta humana.

La cantidad de información ya disponible es enorme, y los trabajos sobre estos temas llevados a cabo por miles de investigadores en todo el mundo están abriendo nuevos caminos, que espero puedan conducir a la especie humana hacia una realidad más objetiva y consecuente, más libre de mitos, de mejor calidad de vida para todos , incluída una mejor protección tanto para los potenciales agresores como los potenciales agredidos.


Dr. Jorge Lizama León

Santiago, Chile, enero 2006.

Teoría sobre Conducta Humana, Primera Parte.

Reflexiones previas a una teoría sobre la conducta del ser humano, y de los seres vivos en general.

“Lo que nos distingue de los animales es nuestra voluntad racional, nuestra capacidad de diferenciar y preferir el bien sobre el mal”.

“Los animales no actúan por maldad, pero el ser humano si”

Estas ideas, evidentemente antagónicas, las he leído y oído varias veces a lo largo de mi vida, y siempre me llamaron la atención.

Muchas veces me he preguntado:

Cuánto del accionar humano, su conducta, el factor último en la toma de una decisión, responde a su esfera racional, y cuánto, a su instinto animal?

El concepto de bien y mal es connatural al ser humano, y está fuertemente arraigado en todo los ámbitos del quehacer social, a través de toda nuestra historia sobre la tierra, en todas las culturas.

Los conceptos de justicia, derechos y responsabilidades, valores morales , conducta socialmente aceptada, etc, comienzan a ser inculcados a los niños desde muy temprano, con el objeto de lograr que todas las personas, idealmente, respeten y hagan respetar estas normas, por el bien de cada uno y de la sociedad en general.

Las religiones, por su parte, incorporan en sus doctrinas como conceptos de importancia primordial, las ideas del bien y del mal, la existencia de virtudes y defectos, y se esmeran por guiar a sus fieles por el camino apropiado, lejos del pecado y con la promesa de premios para quienes respeten y cumplan los mandamientos, y castigo para los otros.

Existe así todo un fundamento conceptual en las sociedades destinado a brindar un cierto orden, que se preocupa tanto de la conducta individual como colectiva del ser humano, el cual resulta necesario porque aunque “estemos naturalmente inclinados hacia el bien” muchas veces no lo practicamos.

No estamos entonces tan “naturalmente” inclinados hacia el bien?

El temor al castigo humano (tribunales de justicia y cárcel ) y al castigo divino (juicio final y distintas formas de infierno, según la religión que profesemos), son un factor importante entonces que disuade a muchas personas “tentadas” de inclinarse hacia el mal, y es un hecho reconocido que en aquellas circunstancias en que no impera la ley ni el orden, el ser humano es capaz de las mayores bajezas y atrocidades.

Aún en aquellas circunstancias en que los sistemas destinados a resguardar la ley y el orden , y a garantizar el imperio del estado de derecho, estén vigentes y en aplicación, hay un número importante de personas que opta por lo incorrecto, por lo abusivo, por la apropiación indebida de bienes o derechos ajenos, y se muestra más preocupada que su falta no sea conocida por la sociedad que de no cometer esos ilícitos, y por cierto, muy preocupados de evadir los castigos a que pueden hacerse acreedores.

Porqué existen asesinos, violadores, pedófilos, ladrones, estafadores, maridos infieles, sicópatas del volante, simuladores de éxito y riqueza, etc, entre muchos “menos inclinados” hacia el bien, la corrección y la verdad?

Qué hace que en una familia muy rica, poderosa, de gran educación e inserta en los más elevados círculos sociales, aparezca una “oveja negra”, con ideas de extrema izquierda, jugada por ideas revolucionarias que la llevan a arriesgar su propia vida en aras de sus ideales?

Porqué, en el reverso de esa medalla, nacen en estratos extremadamente pobres personas de muy escasa conciencia social, que se sienten cómodos en una sociedad en que coexisten extremas riquezas, pobrezas y desigualdad de oportunidades, y se incorporan a partidos políticos de extrema derecha y apoyan a los más poderosos grupos económicos?

Hasta la segunda mitad del siglo 20, la psiquiatría fue una especialidad médica que normalmente estudió y pretendió tratar las enfermedades y desórdenes mentales desde una perspectiva puramente psicológica y no orgánica. Apareciron distintas escuelas psiquiátricas
que se abocaron al estudio de los pacientes con distintos enfoques, al tiempo que enfrentaban el diseño de las terapias en base a criterios empíricos, para elegir tratamientos como psicoterapia, electroshock, y medicamentos de efecto calmante, depresor o estimulador, según el caso, de acuerdo a los efectos que se deseaba obtener en los pacientes.
Cada día más, desde entonces, con el advenimiento de la neuropsiquiatría, y en general, con el avance de todas las disciplinas que se dedican a la neurociencia, se ha venido reconociendo la importancia del estudio del sustrato orgánico, cerebral y sistémico, de las enfermedades mentales, dado que aparece cada vez menos creíble que pueda coexistir una mente enferma con un cerebro sano.

El conjunto de ideas expuestas precedentemente y las interrogantes planteadas, entre muchas otras que no he detallado aca, me han ido sugiriendo, cada vez con más fuerza, la necesidad de buscar una alternativa teórica más realista y racional que dé cuenta, y sea capaz, de explicarnos porqué las cosas ocurren tal y como la vida nos muestra día a día, y sea por tanto capaz de aclarar los aparentes contrasentidos que acá he expuesto .

Es mi convicción actual que no sólo las características físicas de un individuo son determinadas genéticamente, también la genética es la responsable del coeficiente intelectual alcanzable, y de las “inclinaciones” y "tendencias" que caracterizan a cada persona.

Así, la genética sería capaz de determinar no sólo la apariencia, tamaño, fuerza, resistencia a las enfermedades de una persona, sino también su mayor o menor inclinación a los valores humanos conceptuales. Sentido de justicia, responsabilidad, protección de los derechos de las personas, honestidad, temeridad, cobardía, preferencias sexuales, posicionamiento político, religioso, etc, estarían todos fundamentalmente determinados genéticamente, al tiempo que el medio ambiente tendría una influencia menos relevante.

Esta teoría tiene la virtud potencial de permitirnos llegar a comprender muchos hechos que hasta ahora no han sido explicados ni por la ciencia ni por la religión, pero al mismo tiempo debilta la tranquilizadora existencia de los conceptos de bien y mal como entidades puras e innegables en que hemos basado toda nuestra estructura valórica hasta hoy, y nuestro pretendido “libre albedrío”, concepto que hoy me aparece tan hermoso como ilusorio.

Dado el enorme avance que está experimentando el estudio del ADN, y a futuro la posibilidad cierta de la comprensión total de los mecanismos íntimos del funcionamimento cerebral, empieza a abrirse la posibilidad de que comencemos a estudiar nuestros códigos genéticos no sólo con miras a explicarnos nuestra constitución orgánica física, estudio y cura de enfermedades, etc, sino que también, podamos en algún momento, comenzar a estudiar patrones genéticos asociados a patrones cerebrales y conductuales. Las perspectivas potenciales de todo esto son aún inimaginables, pero podríamos empezar a soñar....., y a temer.

Dr. Jorge Lizama León.

Santiago, Chile, 2005